lunes, 28 de julio de 2014

Liliana Lara, una venezolana en Israel

Israeli raid kills four from single family in north Gaza
Cuando hablo de la muerte, de tanta muerte, a pocos kilómetros de nuestras casas, algunas personas me miran como si estuviese loca. Entonces me siento más que nunca extranjera. Entonces soy vista como verdaderamente extranjera. Tal parece que no es mi acento lo que delata mi extranjeridad, sino mi postura ante la muerte y las guerras. Es para defendernos – dicen algunos. Nadie quiere matar civiles, pero ellos los usan como escudos – explican otros. Les avisamos antes de bombardear, pero ellos no se mueven – concluyen, con los ojos en blanco de tanto nacionalismo. Ninguna de esas teorías aprendidas de memoria y repetidas hasta el hartazgo me parece convincente. Si no se quitan, ¿para qué bombardear? Si son usados como escudos, ¿por qué caer en esa trampa? ¿Acaso la única manera de defensa es esa que construye más odio? Con cada muerto que se suma a la macabra cuenta, Israel se va hundiendo sin remedio.
Sí, es cierto, miles de cohetes han caído en el sur de Israel desde hace más de diez años. Lamentablemente doy constancia de eso porque desde que vivo aquí lo he visto y escuchado con mis propios ojos y orejas. Infinidad de veces he tenido que correr a un refugio, en esta guerra, en la anterior, en la anterior a la anterior, y aún cuando no ha habido guerra y el resto del país está en tranquila normalidad, aquí siempre cae algún cohete. He llorado por algunos de sus muertos que fueron amigos, o hijos de amigos. Miles de cohetes han sido lanzados constantemente a poblaciones civiles sin ningún reparo. Aquí no hay ninguna base militar, este no es un territorio ocupado, esto son simplemente los campos del sur de Israel llenos de kibutz, esas pequeñas comunidades agrícolas fundadas hace mucho tiempo bajo preceptos socialistas y/o comunistas; también hay pueblos perdidos en esta nada, llenos de inmigrantes de la antigua Unión Soviética y de Marruecos, incluso gente que vino de Irak huyendo de otras guerras. Que alguien defienda estos ataques del Hamas me produce la misma nausea que cuando escucho a alguien defender los ataques israelíes.
Cuando hablo del miedo – de todo este miedo, el de aquí, el de allá- y de sus respectivos muertos, algunas personas me miran como si estuviese loca. Entonces me siento más extranjera que nunca. Extranjera aquí, allá y más allá. Tal parece que algunos no están preparados para entender el sufrimiento de la gente común. Estar de este lado cuando todo esto pasa me ha mostrado cuan injustas son las categorizaciones. Así como también, qué poco piensan en el otro aquellos que precisamente se creen solidarios y humanistas. Tal parece que “el otro” sólo puede ser entendido si se parece a nuestro concepto de “otro”, tal como dijo alguna vez Zizek. Si el molde se rompe o se tuerce un poco, pues entonces ya no se entiende nada: ese otro se convierte en el malo y no hay piedad ante él. Estar de este lado de la frontera me ha hecho ver las fisuras en tantos discursos exaltados y fanáticos tanto de los que apoyan como de los que están en contra de una causa o de la otra. La palabra paz es un caparazón hueco en cualquiera de esos discursos.
Liliana Lara es una escritora venezolana residenciada en Bror Hail, Israel. Autora del libro "Los jardines de Salomón".